jueves, 2 de marzo de 2017

PRÓLOGO PARA LA ESGUEVA AZUL

CASTILLA

Miro el calendario. Octubre y quince. Festividad de Santa Teresa de Jesús. Cabalgamos sobre versos. Otoño cálido y húmedo. Llegaron las añoradas aguas que alimentan la tierra y nutren nuestros ríos...

   Amanece tu libro de versos, tu avenida de imágenes se adentra en el océano de cada lector para fundir los sentimientos que animan los poemas con el latido de los destinatarios que, sin disfraz ni careta, van a encontrarse reflejados en las olas, en las mareas que tú cantas y que conforman cada vida plenamente realizada o cada ideal desvanecido.

   La Esgueva Azul, que por femenina ha merecido tu amor. La Esgueva Azul a la que entronizas por Musa y es causa y motivo del libro. Sus aguas, navegadas hasta el último recodo que tu mirar apasionado logra, ya están en la mar. Fundidas al Pisuerga, se llenaron de sal con alarde de gran río. Sus aguas que apenas son regato, pero que por don del verso, de tus versos, se alborotan, se cristalizan en pureza de manantial al que no anega la podredumbre de la orilla porque el poeta idealiza sus márgenes, cada árbol que se ahoga en sus aguas y se ensueña ondulando su silueta altiva. Cada flor que acomoda y pule sus pétalos en el espejo oscilante y viajero. Cada luna que se esconde reflejada entre los vericuetos que siniestran las espadañas en perenne centinela y se tornan rayo y flecha para propiciar la herida de amor. Cada estrella que con trasfondo azul del cielo y verde del agua se obstina en que sus ahijados en la tierra abanderen su vida con el verde de la esperanza y el azul de la pureza. Todo se sublimiza por gracia del amor del poeta.

    Es síntoma de senectud acercar el recuerdo a la niñez. Francisco Javier, tú no estás en el postrer meandro de tu corriente. Te faltan muchas millas de remanso, algunos pozos que vadear, presas que salvar con destreza y ahínco hasta llegar al “final de la vida que es el mar”. Empero, lo mullido del agua te ensueña contra la rudeza del asfalto en el que estás aprisionado. Retornas a los orígenes para abrazarte al agua de los años niños. Y qué gratificante tu compañía...Dejarse mecer por los sonetos que como estrellas de catorce puntas, graduarán a tu Musa coronela del ritmo...remar por los romances a remo lento para beber, con calma y sin pausa, el asombro clásico-agridulce...Soñar en el vaivén de las liras, señoras de la melodía y la intacta cadencia y enfebrecerse con las décimas hasta olvidar cabalísticas rimas.

      Para adentrar a tus lectores en el contenido del libro, tal vez debería resaltar conceptos, matizar sobre los verso en los que imágenes y metáforas fortunan el poema. Tácitamente me alejo de esta corriente por considerar que es más importante que cada lector, al embarcarse contigo, viva la aventura a golpe de vela, con cada soplo de viento. Es posible que mi navegación por tu obra no capte todo su caudal. Pero, marinero habrá que se zambulla, que bucee, que descubra más pepitas de oro que las que anoté sobre la Esgueva Azul de un poeta con yacimiento propio, con méritos para ser pacífica laguna o catarata impetuosa, pero ante todo con afán de superación, de nautar millas rigiendo timones con disciplinas rígidas, sin lugar para bandazos que hagan zozobrar el rumbo a puertos clásicos.

   Francisco Javier no se ahoga en la misma crecida que buena parte del género humano, con predominio en los poetas: Asimila perfectamente el consejo que previamente solicita con modestia ejemplar. Respeta la crítica a la que valora y con la que se autodisciplina. Sabe de sus errores, los confiesa con fidelidad a si mismo y se afana en corregirlos.

   ¿Acaso fui quien conoció tu obra en primicia? No recuerdo las palabras exactas proferidas al respecto, pero sí la sensación de lo bello, de lo que camina cerca de la perfección- a la que persigue-, de lo que en algunos círculos se apellida como trasnochado pero que, como toda obra poética revestida por la rima y el ritmo, verá despertarse muchas auroras. Y las aves, plantas, árboles, gentes , torres, casas, insectos y animales que la pueblan, ya se llamen Cordobés o Tirolés a los que la imaginación toca con sus típicos sombreros. Y esa mula, Naranja, con su flor en la oreja alerta. Revoltosa, a la que adivino luciendo un lazo postinero y la Campesina de pañolón alegre a la que acompaña la Cartujana con remate de capuchón místico y sigue cansino el Molinero con su carga de harina blanca para alimento de alma y cuerpo. Cerrando el cortejo, la Preciosa con una estrella entre los ojos de mirar limpio. Todos están cantando su himno para la posteridad, su aleluya...

Y, la paz de las aguas de la Esgueva Azul, se desbordan con ensoñación de ser aluvión de aguas trasparentes nutridas desde y por tus lágrimas de Amor.


Amparo Magdaleno de la Cruz

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