Miro el
calendario. Octubre y quince. Festividad de Santa Teresa de Jesús.
Cabalgamos sobre versos. Otoño cálido y húmedo.
Llegaron las añoradas aguas que alimentan la tierra y nutren
nuestros ríos...
Amanece
tu libro de versos, tu avenida de imágenes se adentra en el
océano de cada lector para fundir los sentimientos que animan
los poemas con el latido de los destinatarios que, sin disfraz ni
careta, van a encontrarse reflejados en las olas, en las mareas que
tú cantas y que conforman cada vida plenamente realizada o
cada ideal desvanecido.
La
Esgueva Azul, que por femenina ha merecido tu amor. La Esgueva Azul a
la que entronizas por Musa y es causa y motivo del libro. Sus aguas,
navegadas hasta el último recodo que tu mirar apasionado
logra, ya están en la mar. Fundidas al Pisuerga, se llenaron
de sal con alarde de gran río. Sus aguas que apenas son
regato, pero que por don del verso, de tus versos, se alborotan, se
cristalizan en pureza de manantial al que no anega la podredumbre de
la orilla porque el poeta idealiza sus márgenes, cada árbol
que se ahoga en sus aguas y se ensueña ondulando su silueta
altiva. Cada flor que acomoda y pule sus pétalos en el espejo
oscilante y viajero. Cada luna que se esconde reflejada entre los
vericuetos que siniestran las espadañas en perenne centinela y
se tornan rayo y flecha para propiciar la herida de amor. Cada
estrella que con trasfondo azul del cielo y verde del agua se obstina
en que sus ahijados en la tierra abanderen su vida con el verde de
la esperanza y el azul de la pureza. Todo se sublimiza por gracia del
amor del poeta.
Es
síntoma de senectud acercar el recuerdo a la niñez.
Francisco Javier, tú no estás en el postrer meandro de
tu corriente. Te faltan muchas millas de remanso, algunos pozos que
vadear, presas que salvar con destreza y ahínco hasta llegar
al “final de la vida que es el mar”. Empero, lo mullido del agua
te ensueña contra la rudeza del asfalto en el que estás
aprisionado. Retornas a los orígenes para abrazarte al agua de
los años niños. Y qué gratificante tu
compañía...Dejarse mecer por los sonetos que como
estrellas de catorce puntas, graduarán a tu Musa coronela del
ritmo...remar por los romances a remo lento para beber, con calma y
sin pausa, el asombro clásico-agridulce...Soñar en el
vaivén de las liras, señoras de la melodía y la
intacta cadencia y enfebrecerse con las décimas hasta olvidar
cabalísticas rimas.
Para
adentrar a tus lectores en el contenido del libro, tal vez debería
resaltar conceptos, matizar sobre los verso en los que imágenes
y metáforas fortunan el poema. Tácitamente me alejo de
esta corriente por considerar que es más importante que cada
lector, al embarcarse contigo, viva la aventura a golpe de vela, con
cada soplo de viento. Es posible que mi navegación por tu obra
no capte todo su caudal. Pero, marinero habrá que se zambulla,
que bucee, que descubra más pepitas de oro que las que anoté
sobre la Esgueva Azul de un poeta con yacimiento propio, con méritos
para ser pacífica laguna o catarata impetuosa, pero ante todo
con afán de superación, de nautar millas rigiendo
timones con disciplinas rígidas, sin lugar para bandazos que
hagan zozobrar el rumbo a puertos clásicos.
Francisco
Javier no se ahoga en la misma crecida que buena parte del género
humano, con predominio en los poetas: Asimila perfectamente el
consejo que previamente solicita con modestia ejemplar. Respeta la
crítica a la que valora y con la que se autodisciplina. Sabe
de sus errores, los confiesa con fidelidad a si mismo y se afana en
corregirlos.
¿Acaso
fui quien conoció tu obra en primicia? No recuerdo las
palabras exactas proferidas al respecto, pero sí la sensación
de lo bello, de lo que camina cerca de la perfección- a la que
persigue-, de lo que en algunos círculos se apellida como
trasnochado pero que, como toda obra poética revestida por la
rima y el ritmo, verá despertarse muchas auroras. Y las aves,
plantas, árboles, gentes , torres, casas, insectos y animales
que la pueblan, ya se llamen Cordobés o Tirolés a los
que la imaginación toca con sus típicos sombreros. Y
esa mula, Naranja, con su flor en la oreja alerta. Revoltosa, a la
que adivino luciendo un lazo postinero y la Campesina de pañolón
alegre a la que acompaña la Cartujana con remate de capuchón
místico y sigue cansino el Molinero con su carga de harina
blanca para alimento de alma y cuerpo. Cerrando el cortejo, la
Preciosa con una estrella entre los ojos de mirar limpio. Todos están
cantando su himno para la posteridad, su aleluya...
Y, la
paz de las aguas de la Esgueva Azul, se desbordan con ensoñación
de ser aluvión de aguas trasparentes nutridas desde y por tus
lágrimas de Amor.
Amparo
Magdaleno de la Cruz
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