EN LA
MUERTE DE UN PERRO
Se me murió
en el pajar
que es
donde mueren los perros...
(Mueren
otros en asfalto
abandonados
del dueño.)
Una
estúpida gallina,
sin el
mínimo respeto,
la había
condecorado
con
medallas de excrementos.
Sus ojos
inteligentes
eran
canicas de hielo.
Había
tres moscas verdes,
como tres
buitre pequeños,
prendidas
en el hocico
de aire y
de vida huérfano.
Su vientre
duro, abultado,
preñado
de hedor a muerto.
En sus
elásticas patas
escayolados
los huesos...
Había
huido la vida
por un
atajo secreto
abandonando
en la paja,
igual que
un fardo, su cuerpo.
Deshilvanado,
difuso,
me llegaba
en el silencio
un rosario
de ladridos
pertinaces
como un eco.
Me llegaba
de su cara
el
carboncillo perfecto,
sus
aguzadas orejas,
breves
recortes de fieltro,
y la vida
efervescente
por su
lomo, duro y negro.
¡Y
estaba muerto en la paja!
Verde
filete reseco,
la lengua
que fuera rosa
de húmedo
terciopelo.
¡Fiel
a mi lado corriste
por las
calles de este pueblo
y ahora
enjambres de gusanos
te van a
correr por dentro.
No
escucharán mis silbidos
tus fieles
tímpanos secos!
Venía
un chorro de lágrimas
del grifo
del sentimiento,
pero duras
mis pupilas,
hacia atrás
las devolvieron...
Blandura de
corazón,
crueldad en
el cerebro,
que
lacónico decía:
¡Si
al fin y al cabo era un perro!
I.S.B.N.84-398-8126-6
Depósito
Legal: VA-605-86
No hay comentarios:
Publicar un comentario