lunes, 27 de febrero de 2017

EN LA MUERTE DE UN PERRO







        EN LA MUERTE DE UN PERRO

Se me murió en el pajar
que es donde mueren los perros...
(Mueren otros en asfalto
abandonados del dueño.)

Una estúpida gallina,
sin el mínimo respeto,
la había condecorado
con medallas de excrementos.
Sus ojos inteligentes
eran canicas de hielo.
Había tres moscas verdes,
como tres buitre pequeños,
prendidas en el hocico
de aire y de vida huérfano.
Su vientre duro, abultado,
preñado de hedor a muerto.
En sus elásticas patas
escayolados los huesos...
Había huido la vida
por un atajo secreto
abandonando en la paja,
igual que un fardo, su cuerpo.

Deshilvanado, difuso,
me llegaba en el silencio
un rosario de ladridos
pertinaces como un eco.
Me llegaba de su cara
el carboncillo perfecto,
sus aguzadas orejas,
breves recortes de fieltro,
y la vida efervescente
por su lomo, duro y negro.

¡Y estaba muerto en la paja!
Verde filete reseco,
la lengua que fuera rosa
de húmedo terciopelo.

¡Fiel a mi lado corriste
por las calles de este pueblo
y ahora enjambres de gusanos
te van a correr por dentro.
No escucharán mis silbidos
tus fieles tímpanos secos!

Venía un chorro de lágrimas
del grifo del sentimiento,
pero duras mis pupilas,
hacia atrás las devolvieron...

Blandura de corazón,
crueldad en el cerebro,
que lacónico decía:
¡Si al fin y al cabo era un perro!

I.S.B.N.84-398-8126-6
Depósito Legal: VA-605-86


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